viernes, 20 de febrero de 2009

No puedo...

- Hola, ¿Cómo te va?
- Pues verás ahora mismo sin ganas de vivir
- No sé, ¿Qué te ha pasado?
- Por qué no puedo hacer nada con ella...

"No puedo" ¿Cuántas veces habremos dicho eso?

Cuando yo era pequeña me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente:
¿Qué lo mantiene entonces?
¿Por qué no huye?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los adultos. Pregunté entonces a algún profesor, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia:
–Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:
El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él.
Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía...
Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a sus destino.
Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre– que NO PUEDE.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo.
Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...
Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad... condicionados por el recuerdo de «no puedo»...
Tu única manera de saber, es intentar de nuevo poniendo en el intento todo tu corazón...

miércoles, 4 de febrero de 2009

Esa persona

- Te noto feliz, ¿Qué te ocurre?
- Te acuerdas de la chica de la que te hablé...
- Si, cuéntame, ¿Qué ha ocurrido?
- Hoy he estado hablando con ella, de nada en particular, de nuestras vidas, nuestros gustos...
- Entonces comprendo porque estás tan feliz, y me alegro.

Es increíble como en ocasiones, tener una conversación, compartir unos instantes de nuestras monótonas vidas con alguien, puede hacernos sentir tan dichosos. El mero hecho, de escapar de la cotidianidad con esa persona a la que anhelamos puede hacernos sentir tan felices. Al fin y al cabo, somos felices con las pequeñas cosas... Y sino ¿Quién no se ruboriza cuando suena el teléfono y quien llama es esa persona? ¿A quién no le da un vuelco el corazón cuando se lo cruza por la calle? ¿Quién no sueña despierto en cualquier lugar con el o con ella? Esa es la felicidad. Porque cuando acaba el día y le cuentas a la almohada lo que te ha pasado hoy, no le cuentas que tu jefe se ha vuelto a enfadar contigo, ni que has tenido que esperar una hora al autobús; no. Le cuentas que hoy le has visto o que te ha hablado o que te lo has cruzado por la calle...
Y entonces, te quedas dormido sumergido en esa felicidad, en esa persona.

martes, 3 de febrero de 2009

Como el viento

Ya no hay nada que quepa en mi, pues me quedé vacía el día que decidí tomar aquella dirección. Porque el viento tomó otro camino y yo me fui con el, como siempre, pero esta vez tu no me seguiste. Ahora meceré la arena de las playas, provocaré mareas y tempestades, porque tu no quisiste acompañarme. Destrozaré otras vidas y otros hogares, y cuando solo exista el caos, reinará el silencio. No quieras culparme entonces de las desgracias que causé, pues ya será tarde; porque ya es tarde, porque siempre ha sido tarde.
Solo quiero un camino que seguir pero hasta que lo encuentre, seré como el viento, imparable, inquieta y si es necesario también destructiva. Porque tu no quisiste acompañarme.

Almohada...

Mis días son largos, y a la vez muy cortos. No consigo dar cabida a todos mis pensamientos en las 16 horas que suelo estar despierta; al acabar el día siento que ya es la hora de descansar, pero eso nunca es así. Me acuesto en la cama, hablo contigo y me preguntas "¿Qué tal te ha ido el día"?, la contestación es rutinaria "Bien, ¿Y tu?". Y todo lo sucedido hoy termina, y es entonces cuando realizas un repaso general y te das cuenta que no estás bien, que explotan en ti miles de sentimientos, impresiones, inquietudes... Pero el día ya ha terminado, así que das un beso de buenas noches, te das la vuelta, y compartes con la almohada todo lo que no has podido compartir.



P.D: Dedicado a ti.